¿CHE PELE?
(origen de un apodo)
Ellos ni tienen dinero
Aunque trabajan en bancos,
Giran al día muchas letras
Y abren cuentas a diario.
(Adivinanza)
Los párvulos.
-¿Che pele?
-Pasa, pasa –concedió como siempre casi riendo la maestra al niño que aguardaba junto a la puerta entreabierta del aula, la cartera colegial en la mano derecha, hasta obtener permiso para franquear la entrada al aula -…, y ven aquí-. El chiquillo se aproxima con nerviosismo de culpabilidad-. Vamos a ver, Juanito… ¿Cómo te llamas?
-Juanito…
-El nombre completo. Eso ya lo he dicho yo.
Risas de los alumnos, que le dan fuerza al motivo de ellas.
-¡Chiss…! Niños, silencio.
-Juan Fernández García, para servir a Dios y a usted –se extirpó de la garganta sin titubeos el niño.
-Bien. Y si puedes decir bien tu nombre ¿por qué no eres capaz de decir “se puede” en vez de “che pele”?... Venga, esfuérzate, di se puede.
-Se… se pue-de… -logró pronunciar el chiquillo con visible esfuerzo sobrehumano.
-Muy bien, Juanito… A ver si no se te olvida. Siéntate, anda.
Mientras Juanito toma asiento entre las risas ahogadas de sus colegas, la profesora comienza la clase de parvulario.
-Bien, niños; hoy vamos a estudiar la letra “ele”. Abrir la cartilla por la página que lleva dibujada un lápiz.
Y al poco, el incidente con Juanito queda una vez más olvidado por todos. Salvo quizá por Juanito.
***
Ha pasado algún tiempo y Juanito llega tarde de nuevo, algo bastante habitual en todos los niños normales. Tras tocar suave la madera con sus menudos nudillos, abre la puerta, dejándola entornada, y pasa al interior del aula, al umbral.
-¿Che pele?
-¡Pero… Juanito!... Yo creía que ya sabías decir “se puede” y que no volverías a hablar tan mal… Pasa, pasa; no tienes remedio.
La señorita se sentía desalentada ante tan insólito caso sintáctico.
Los compañeros de aula de Juanito le gastaban bromas inocentes, burlándose de su frase de permiso con el simple acto de remedarla, y le apodaron como “el Chepele”, sobrenombre que arrastraría durante el resto de sus días el muchacho.
***
Finalizaba el año escolar, cuando un buen día en que Juanito llegaba tarde, cosa corriente en él, sorprendió a maestra y alumnado, colegas suyos. Con clara voz y timble correcto, como si lo dijese bien de toda la vida, dijo:
-¿Señorita, se puede?
Con gran contento inicial para la maestra, nunca más se volvió a escuchar la confusa frase habitual en los labios de Juanito.
Desde aquel día, la señorita, la “seño”, siente que le han quitado algo a su clase
de parvulario.
FIN
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