miércoles, 29 de abril de 2009

EL ORIGEN DEL MAR MENOR Y DE MURCIA (fábula)


EL ORIGEN DEL MAR MENOR Y DE MURCIA
(apólogo)



El dios del mar, Neptuno, requirió en tiempos remotos en amores a la diosa de la belleza y del amor, Venus.
-Y a cambio de mis favores, ¿qué piensas ofrecerme?... Porque no creerás que voy a consentir en hacer el amor contigo a cambio de nada -objetó ésta.
-Dime qué quieres y te lo conseguiré. Palabra de dios -le dio opción a elegir el gordo dios de los mares.
-Una piscina junto a la costa más hermosa y asoleada de la toda la Tierra es lo que quiero; no me gusta bañarme en las aguas saladas del mar -fue la elección de la bella casquivana.
-Sea. Te la construiré.
-Vuelve cuando lo hayas hecho, no antes.
Neptuno se sumergió en las aguas marinas y partió en busca del emplazamiento adecuado a los deseos de la caprichosa diosa. Llegó tras larga búsqueda al Sureste de la península ibérica, a Hispania, y se dijo que no hallaría mejor lugar que aquél para su propósito. Sin salir del agua se puso manos a la obra, construyendo en poco tiempo un istmo de rocas que aislaba una sección del Mare Nostrum; desaló las aguas y arenó el fondo, y no se detuvo hasta no quedar satisfecho de su labor.
-Me ha salido una piscina divina -se dijo pomposamente.
Y volvió al monte Olimpo, donde la hermosa.
-Venid conmigo, ya os construí vuestra piscina -le dijo a Venus.
-Vayamos pues a verla -aceptó la dea.
Cuando fueron llegados a las costas mediterráneas, la veleidosa diosa se mostró insatisfecha del trabajo realizado por el obeso gobernante del océano.
-No me gusta; yo la quería más al interior.
-¿Qué?... Pero ¡bueno!...
-Ya lo sabes: más al interior; que no quiero que tú te pases el tiempo observándome mientras me baño desnuda, pillín.
El razonamiento le pareció al dios traído por los pelos, pues para qué querría mirar si se iba a acostar con ella antes, pero tuvo que aceptar el reparo por no perder el premio ansiado.
-Cuando la tengas hechas, vuelve -y la diosa se marchó al Olimpo de un salto olímpico.
Neptuno, pobre de él, penetró tierra adentro hasta encontrar una gran vega tras de unas
montañas. Considerando el locus adecuado para la piscina, el dios exclamó:
-¡Equilicuá! -que quiere decir "eureka" en latín vulgar, pues es de todos sabido que ni cultos ni inteligentes eran los dioses romanos de aquellos tiempos arcanos.
Con sus enormes manos y con la ayuda inapreciable de su tridente, allanó el terreno aquí,
levantó un muro allá, hasta parecerle rematada la obra de embalse. Después se llegó a la ribera del mar y, con grandes palmadas, golpeando el agua para producir inmensas olas, creó un maremoto que inundó todas las tierras del Sureste de Hispania. Al retirarse las aguas en su reflujo, quedó (como pretendia) anegada la nueva piscina. Volvió luego a la penosa tarea de
desalar las aguas marinas y arenar el fondo. Como resultas de esta faena, las tierras del Sureste quedaron sembradas por los cadáveres de los animales marinos arrastrados tierra adentro por el maremoto.
Entonces volvió a tornar al monte Olimpo en busca de la bella Venus.
-No está -le dijo un dios menor-, hace días que no se la ve por aquí... por estos lares.
Neptuno recorrió los siete mares y penetró en miles de ríos hasta dar con ella. Se bañaba en las límpidas y transparentes aguas del lago Tiberiades.
-Tardabais tanto en realizar el encargo que yo misma me he procurado el baño -le dijo
impúdicamente la diosa, ya que iba desnuda-. Ya no tiene objeto vuestra proposición.
Neptuno montó en tal cólera divina por el desdén de la hermosa, que, volviendo donde
construyó la piscina,hoy la vega murciana, se lanzó en pompa al agua con toda su gruesa
humanidad inmortal y, braceando furiosamente, logró desaguar el estanque, haciendo ,que el
líquido retornase al mar que pertenecía. Luego, antes de penetrar en el Mare Nostrum, pisoteó la piscina erigida junto al mar, quedando el Mar Menor como rastro de su paso. Se prometió no volver nunca más al monte Olimpo, sede de todos los dioses, por no volver a las burlas de la diosa.
Por otra parte, Murcia es uno de los nombres de la diosa Venus.

Y la moraleja que se desprende resulta evidente:


El amante despreciado
nos quitará lo donado.


FIN

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