EL QUESO
(romance)
¿Qué es eso?
Dos hombres por un camino,
en los vientres, sólo viento,
al hombro dos botas de vino;
con gran hambre, no sedientos.
Van aprisa por la senda,
son peones camineros
ansiando alguna merienda
pagada con sus dineros.
La luna, en toda la huerta,
expande una luz tan hermosa...,
tratan de hallar una puerta
donde comer cualquier cosa;
estos hombres no hacen caso
de si es claro u oscuro
el color que luce el raso:
andan con bastante apuro.
Mas no tan apresurados
que a las guardianas parejas
les haga ser desconfiados
y pasen la noche entre rejas.
Muchas horas han andado,
ya llega la medianoche,
y en todo lo caminado...
sin probar chichirimoche.
El uno se llama José,
Faco es la gracia del otro,
y en verdad que, yo, no sé
cómo nombraban al potro
que al paso sigue a los dos
portando sus apechusques,
bultos grandes y pesados.
En ningunos anales lo busques,
pues su nombre no habita
en parte alguna escrita.
Uno se llamaba José,
para más señas, murciano,
y de Faco también sé
que a su vez era paisano.
Como viene a ser natural,
hablan andando el camino;
así hace quien no desea mal
a quien es amigo y vecino.
Se pasan de tanto en tanto
una bota ya mediada de vino,
que abocan a donde el canto
con un acertado buen tino.
Pienso yo que es conveniente
que les escuchemos un rato,
pues si es mucho camino, gente,
así se nos hará algo más grato.
José
-Yo no sé, amigo Faco,
cúanto podré aguantar
llevando vacío el saco,
que no para de cantar,
deseando algún bocado
que calme su mal estado.
Faco
-Lo mesmo me pasa, José,
la bartola se me agita,
da saltos y me grita;
y por aquí naide se ve.
José
-Tal, que paice un disierto,
ni una luz en la distancia;
no hay ni un hombre dispierto
en todo lo que se alvanza.
Faco
-Es mala suerte la nuestra,
hallarnos sin ná de comida;
de qué forma se nos muestra
esquiva la mesa servida.
José
-Pero continuemos con tesón,
que al cabo remataremos
por topar con algún mesón
donde a remate comeremos.
Una luz en la distancia
entre los árboles surge;
corren hacia la estancia:
matar sus hambres les urge.
José
-Una posada a la vista
tenemos, vecino. Corra,
que allí hallaremos lista
comida que nos socorra.
Faco
-Mejor no cantar alegrías
hasta no tener aseguranza
de que es un mesón o posá,
que bien pudiá ser alquería
que no nos llene la panza
porque haya gente desconfiá.
José
-¡Vaya ánimos que nos das,
pareces un chafaníos!...
Mueve las piernas con brío
y no me digas naica más.
Así se llegan al umbral,
al portal de la vivienda,
y bien pueden vislumbrar
que es un mesón la hacienda.
José
-Tenía yo la razón,
no me lo podrás negar.
Faco
-Pero ahora viene la cuestión
de cómo podremos entrar,
pues no se ve luz alguna
ni pa que cante la tuna.
José
-Llamemos al mesonero
a ver qué es lo que ofrece:
un potaje o unos huevos...
Cualquier cosa me apetece.
Faco
-Que se nos abran quiera Dios
las puertas de este mesón,
y no nos tiren un cubo
con agua desde el balcón.
(Pero está muy claro que
esta charla es aburrida;
ya me olvidé de por qué
era preciso ser oída.)
Mas prestemos atención
a nuevos aconteceres
de la triste situación
que aqueja a estos seres.
Golpes broncos a la puerta
y voces altas a ventanas
rompen la noche desierta:
un candil prende una llama.
Y una voz... o vozarrón
viene de dentro la casa,
es el dueño del mesón
que quiere saber qué pasa.
Mesonero
¿Quién se atreve a molestar?
¿Es varón, o tal vez dama?...
¡Pardiez, que no puede uno estar
ni en paz en su santa cama!
Tales voces viene dando,
las escaleras bajando.
José
Es buena gente de Dios
la que aquí llama a la puerta;
dos buenos hombres, son dos,
que traen el alma muerta.
Faco
Vamos buscando abrigo
para pasar esta noche;
si el lecho no es bueno, amigo,
no le haremos ni un reproche.
José
También queremos comer,
si es cosa que se puede,
lo que nos quiera poner,
o las sobras que le queden.
Que no es gente regalada
la que aquí llega cansada.
Faco
Pagándole, mesonero,
con nuestros buenos dineros.
Chirridos de las maderas
descubren a los de afuera,
a la luz de una vela
se ilumina la cancela.
Mesonero
Buena disposición traéis,
pa vuestro propio contento,
pues como ahora veréis
será corto el alimento.
Entran los camineros
a los lares mesoneros.
Mesonero
Pónganse junto al fuego,
en esa mesa cercana...
y, dejen, que venga luego
con una cena espartana.
El mesonero se parte
hacia alguna otra parte,
y, cuando al cabo regresa,
presto prepara la mesa:
gran jarra de tinto vino,
dos panes de carrasca
y un gran queso albino
es todo lo que se rasca.
Miran los dos camineros
la escasez de la comida
con la cara compungida.
Y se explica el mesonero:
Mesonero
Esto es todo, caballeros,
lo que hoy puedo ofreceros;
mi esposa es la cocinera
y me mataba si fuera
a decirla que se baje
a guisarles un potaje.
Así que es sólo por eso
que únicamente hay queso.
Los dos caminantes hacen
de las tripas corazón
ante esta explicación.
Y tranquilamente pacen.
José
Permitidme, amigo Faco,
que me sirva el primero
de este queso sandurguero.
Faco
Lo mesmo da para el caso.
José
Pues corto con su permiso
sin traicionar, con aviso.
José realiza un corte
tipo papel de fumar,
de tan escuálido porte
que puede echar a volar;
como la hoja del cuchillo
de gordo era el chiquillo.
Queda alarmado Faco
ante la escasez del taco.
Faco
¡José!... no puedo permitir...
¿Sólo eso os vais a servir?
¡Por Dios!, cortad algo más,
poneos mayor cantidad.
José
No, gracias, que me sobra.
Preocupación de amigo
no tiene qué ver conmigo.
Y pone manos a la obra.
Agarra con sus manazas
la parte del queso grande
y se la pone delante;
si no disparas, no cazas.
Y se pone, tan campante,
a comérsela al instante;
quiero siempre burro grande
aunque al cabo no ande.
Faco se queda perplejo
ante lo acontecido;
él no pensaba de lejos
que tuviera este torcido.
Y sin cortarse ni un gramo
le da a José su opinión,
le pide explicación, vamos,
de cómo hizo la elección.
Faco
¡Qué mala educación
has demostrado, José;
yo no sé a santo de qué
ha venido esta acción!...
José
¿Y por qué me dices eso?...
¿Tú qué hubieras hecho?
Faco
La parte chica que has hecho
habría tomado del queso;
es lo que debe de hacer
quien primero va a coger.
José
¡Pues no sé de qué te quejas!...
No hay motivo de greña,
ya que dejé la pequeña...,
la que habrías elegido
tú mismo de haber podido.
Conociendo yo este caso,
te la dejé por si acaso;
si no la quieres, la dejas.
Y acabó la discursión
de la mala partición
de este modo original.
Dejémosles en paz cenar.
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