miércoles, 29 de abril de 2009

EL TRIÁNGULO (cuento)


EL TRIÁNGULO

Los niños, gráciles palomas máculas en polvo, esturreados por toda la replaceta, absortos en sus diversos divertimentos. En su pequeño orbe infinitesimal no ha lugar más que para otros pensamientos tan diminutamente grandes cual los suyos. Su quintaesencia es el juego: los juegos. ¿Qué cosa será la vida futura suya sino un juego?..., el juego de la vida…, jugar con la vida, jugarse la vida.
Allá, junto al portal de la Chon, habitat espectral de las Tinieblas de la Noche, frente al callejón de la Montalba, un grupo juega al triángulo. Arrodillados sobre el polvoriento suelo pugnan por entresacar las bolitas de cegote –por otro nombre, pergüetos-, del interior de la figura geométrica, más presentida que nítida, que han enmarcado con una piedra de canto anguloso en el suelo arcilloso removido por la lluvia, si la hubo recientemente.
-¡Toma, te he dao!... ¿Tiés bolas?
El otro niño, desolado por el albur, arroja dos canicas de barro a los pies de su matador.
-¿Dos ná más?... Bueno, buenas son. ¡Qué tinorrio tengo!
Limpian el terreno de plebeyo polvo y piedrecitas, a veces sólo ficticias, y luego se sacuden las palmas en las perneras de sus pantalones cortos o directamente sobre los muslo desnudos. Colocan un dedo junto a su bola, apuntándolo en dirección hacia la cual van a tirar, para hacerse “encaje”, y disparan con todas sus infantiles fuerzas para quedar lejos de la del contrincante en caso de no acertarla, lo más corriente. Es éste un juego de cautos.
Otros prefieren aproximarse al triángulo con su bola, rondando junto a él, para ir entresacando las canicas que cada uno de los contendientes depositara en su seno al inicio del juego, y que constituyen los máximos premios que otorgan las reglas del juego. Hay que eludir la malhadada fortuna de que quede en el interior del triángulo la canica con la cual se rueda; esta desgraciado caso obliga a depositar en el espacio triangular todas aquellas canicas que se logró extraer o ganar y a quedar fuera de la partida.
Hay un chicón de incipiente malevolencia que juega con una yerra, gruesa canica de hierro, que utiliza para volver en añicos a las cristalinas del resto, Los de la bola más frágil ponen menos empeño al disparar contra ella; ya se sabe que tanto si el cántaro da a la piedra o la piedra al cántaro, mal para el cántaro.
El burdo triángulo de los pequeños se mofa, en su impredecible forma geométrica tan irregular, de todos los triángulos rectangulares, equilateros, escalenos e isósceles de tiempos pasados, presentes y futuros.
Y el sol, desde el límpido azul, alumbra la escena elevando destellos irisados de las bolas cristalinas.

FIN

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