Surtió inde la leja linde del horizonte y desfordó las crestas de los montes y montañas más altotes; como un globo inflamado de fuego se alzó sin nenguna priesa, cansinamente, chorreteando la fosca con una claridad abonica. De manera y forma a como el solecico ascendía, utiquio el fosque se desperezaba de su soñarrera nocturna...
Con las primes ventoleras de la amanecida, las hojas de los árbores y arbutos comencipiaron a sagudirse las lárimas que la luna recontejana deshojó cima de ellos en su callá fuchina. Los tocones alzan sus brazos al soleciquio y las hojas blincan todo tiesas en gusca del vivificador oxígeno y la luz, a luego de permanecer en la noche aburujadas. Las mariposas procesionarias, que hista ese momento efectuaban su nocturno desfile, rompieron filas y se colaron en la maraña esponjosa de sus níos, colganderos de los pinos carrasqueños. Un ejército de hormigas en hila india surtió de las asaduras de la tierra y, siguiendo er rastro de güellas sedosas, que marcan una verea plateá, dejá por los exploradores, se eslizaron como una sierpe a la gusca de alimento pa almacenallo en sus falsas subterráneas. El búho se escolgó de la cruz de la rama que usaba como ojeadero, y su pando y silente vuelo a ras del mar verde de las copas de los pinos, le allevó a una umbría en lo más enmarañado del fosque, ande aguardaría la cercana caída de las sombras..., que el tiempo pasa rápido para los alimales. Un pajariquio pocacosa agitó sus alicas, desembarazándose de la rosada, en una delicada ramica contigua a la cruz ande yacían cuatro huevos de albura a rodales en una frágil construcción nidícola, prestos a rematar su período incubatorio. Los ricos pararon de rascar sus chirreantes violines y abandonaron la tarima orquestal, yendo a desvestirse de sus fraques en el seguro de sus madrigueras. Las chicharras se asomaron a la entrada de sus refugios en las cortezas de los pinos, y comencipiaron a afinar sus estridentes instrumentos alados, auténticas carracas, como los ángeles del Cielo. Los escasos nublos que deambulaban por el albo azul se ejajaron en mutis silencioso, hista desaparecer cuasi por completo. Negras nubecillas como la bruneta, farciformes y piantes, golondrinas, aviones y vencejos, salpicaron el firmamento a la búsqueda del diario sustento de insectos voladores. Un titubeante escorpión marchó tanteando por las rocas, buscando un cobijo contra la luz del sol, arma de sus predadores ante la ceguez del venenoso arácnido, hallándolo bajo una piedra. Aún con la humedad del rocío, un caracol escarba una pequeña fosa, y deposita en ella un gran número de prisuelos blancos, tapándola después con mucho cuidado, y corriendo luego sobre su babeante tabla de deslizamiento al corazón de una junquera junto al agua de una charca desaparecible. Un morciguillo apresó entre sus fauces el ligero peso de una palomilla, con la que, a medida y conforme la tragaba, se alejó en busca de su cubil en el seno de una ranura pétrea, efectuando diversas acrobacias aéreas en su sorteo de tocones de árboles. Una lagartija surte su cabeza triangular de la pared rocosa ande se encuentra su guarida, con preventiva curiosidad, y, deslizándose por sobre las rocas más cálidas, se tumba sobre la más lisa para aborber los rayos del sol, todavía débiles. Tropajadas de aves diversas hienden el espacio alboazulado para alcanzar su acostumbrado bebedero, ande saciarán su sed y lavarán su plumaje en un baño matinal ritual. Unos gazapos triscan entre los matorrales, persiguiéndose y blincando unos sobre otros en juego, pero el más ligero ruido les obliga a regresar a todo correr turbio a su oscura conejera. Una guilopa regresaba desalentada, aunque todavía alerta, de su fracasado intento de captura en un gallinero de una casa rural un tanto distante del fosque. Una piara de jabalises hociqueaba entre la yerba y la hojarasca, siempre hampando, royendo bellotas después de su nocturno y habitual asalto campal a las cosechas humanas. Una tortuga de montaña aciguata desde la puerta de su concha al pesado y estúpido tejón, que tras tres horas de inútiles intentos hacer de ella la cena, ahora se le antojaba para el almuerzo. El aire viciado, producto de desecho de la respiración de las hojas de las plantas mientras la noche, era zampado ahora por las propias hojas, para anegar con el día el fosque de saludable y vital oxígeno. Juerza el gorjeo de caverneras y pardillos la apertura de las flores, impregnándose prontamente utiquia la foresta con olores musicales; tanimentres, el Sol serva la orquesta cantora con un rayo por batuta y sus dorados pelos desmelenados en la retijante amanecida.
Y, asina, despacio despacico, el escenario y los personajes de la fosca se mutan.
FIN
Nota: Fragmento de mi cuento FLORA ARDIENTE traducido a lo que pretende ser panocho culto.
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