ARGOS
Argos, el de los mil ojos,
pollizo renovado del árbol del pasado,
suave rodar de cantos mayestáticos,
leve brizna de la grandeza elemental;
¡oh tú!, ¿en qué te ves converso
cuando el efímero caudal
cede paso a la solida parquedad?...
No, te aseguro que no suspirará,
derramando lágrimas por ti, Poseidón...,
y, sin embargo, ¡es tan exornante tu grandeza
dentro de tu humilde cortedad!...
Pero lo harán los siglos venideros,
llorarán gotas como puños ante la fatal
desaparición de ésta, tu única vena,
que, anémica, aflora a tu carne.
Es inevitable:
está escrito.
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