viernes, 1 de mayo de 2009

Y TÚ QUÉ LE DIJISTE (cuento)


¿Y TÚ QUÉ LE DIJISTE?

“Si vas a Cehegín líbrate de estos tres feligreses:
Hitas, Sofios y Calañeses;
Y a los Bojas no te los dejes.”

(Dicho popular ceheginero)

Un habitante de la Ciudad de las Maravillas, Cehegín -o también, por otro nombre,
Cefegín, término aceptado por la Real Academia de la Lengua Española-, era deudor a
5.000 rácanas pesetas de otro vecino de dicha ciudad, acreedor y amigo de la infancia;
deuda que por ningún medio parecía irse a cobrar el segundo, lo cual le molestaba y
soliviantaba, no tanto por la importancia del montante del dinero debido como por los
motivos de no hacer efectivo el pago del préstamo desinteresado: el moroso, jugador y
mujeriego empedernido, como todos -como todos los jugadores y mujeriegos, quiero
decir- sumía en una situación de precariedad a su mujer e hijos en pro de sus vicios
pecaminosos; ¿cómo así iba a hacer atención a lo fiado tal adán? Una mañana de tempranera, día de mercado callejero, se encontraron inesperadamente
frente a frente en una de las eventuales y efímeras calles del mercadillo, careciendo el
deudor del tiempo y la ocasión necesarios para escurrir el bulto. El acreedor aprovechó
la casual oportunidad que se le brindaba calva para reclamar lo suyo, afeando de paso el
comportamiento y vida licenciosos del calavera moroso; la acusación pública, formaría
parte del justo castigo a que se había hecho merecedor el irresponsable, bien conocido
sableador de otras muchas personas a quienes no realizaba acto de entrega en modo
alguno de lo donado por aquéllas. -Oye, tú, golferas... ¿Cuándo piensas devolverme el dinero que me debes?...,
sinvergüenza, ¡más que sinvergüenza! La voz había sido bastante elevada, de propósito con el fin de llamar la atención de los
viandantes próximos. -Hombre, verás..., en cuanto pueda; que es que ahora mismo no tengo... Pero tú sabes
que cualquier día de éstos te lo devolveré. El acusado, por contra, no alzó para nada el tono de su voz, más bien lo atenuó a
propósito.El acreedor volvió a elevar su voz aún más que anteriormente para recabar de nuevo la
atención de cuantas personas se hallaban cerca, cuantas más mejor, mientras impedía
con su cuerpo la sigilosa huida que el moroso pretendía. -¡Ya!... ¿Sabes lo que te digo?... Pues que eres un gandul y un vago, que no ha trabajado
en toda su vida, y eso que el trabajo aquí sobra, que no será por falta de él; que le debes
dinero a todo el mundo, que no le pagas a nadie y sigues sableando a toda la gente
decente como si tal cosa, como si el mundo entero te perteneciera; que te lo gastas todo
en vino y mujeres mientras tienes a los hijos muertos de hambre, y te pasas los santos
días con sus noches por los bares y tabernas de parranda perpetua; que le pegas a la
mujer y a los hijos palizas de muerte, que aquí todo se sabe, y, la pobre ha de pedir a las
vecinas socorro para poder aviar la comida... Alrededor de ellos dos ya se hacían corro una cincuentena de personas, entre
compradores y vendedores, llegadas al suponer próxima una reyerta más o menos
violenta. El deudor escuchaba impasible todo lo que su interlocutor le dicía, el cual
aceleraba sus frases para evitar que el moroso intercalara réplicas en el discurso que
intentasen disculparle; pero éste se comportaba en todo momento como si el asunto no
fuera con él. El reclamante de la deuda continuó con su monólogo plagado de términos insultantes,
aprovechando el talante sumiso del otro:-Que eres un putero que no vas nada más que con malas mujeres en vez de mirar por la
tuya, por tu esposa y tus hijos, que ya no tienen ni donde caerse muertos; que no vas a
misa desde Dios sabe cuánto y ni te confiesas porque sabes bien que ningún cura iba a
tener la desfachatez de darte la absolución ni de milagro; que nadie te quiere en el
pueblo porque eres un sinvergüenza descarado que ni los de tu misma familia te
hablan... El acreedor siguió y siguió con su descripción de la vida y hechos del crápula deudor –
porque eres…-hasta que su voz se fue apagando como un candil, junto con sus
argumentos; la eliminación de pausas en su monólogo y su natural irritación, le fueron
ocasionando una fatiga más que natural, por la falta de oxígeno, del cual
inconscientemente se privo, que tiñó su rostro de rojo intenso, las venas del cuello
inflamadas como a punto de esclatar. El deudor aún esperó un rato a que continuase,
pero aquél debía de haber terminado su retahíla de acusaciones, o bien, sus fuerzas –que
no sus ganas- ya no le permitían proseguir. El público presente miraba al moroso con
expectación, aguardando su contestación: violenta, lo que era de esperar dados los
improperios vertidos en su contra; o pacífica, disculpándose como buenamente pudiera
por su proceder moroso. De cualquier modo, sería algo digno de verse.Al fin habló, sorprendiendo a todos con una simple pregunta a su denostador: -¿Y tú qué le dijiste? Y sin más, se marchó tranquilamente ante los gestos de extrañeza de los circunstantes. Al poco, unos antes y otros después, todos comprendieron todo lo implícito en la
pregunta, y admiraron su salida ingeniosa.

Se remató

No hay comentarios:

Publicar un comentario