sábado, 2 de mayo de 2009

EL CORTIJO DE LOS GUAPOS


EL CORTIJO DE LOS GUAPOS

Siendo yo un adolescente, cuando estudiaba en el Instituto Mixto de Enseñanza Secundaria de Cehegín, tuve por compañero de aula a un muchacho que, al ser presentado al resto de la clase, resultó ser de un pago próximo a la Ciudad de las Maravillas, por la patrona de Cehegín, de extraño y desconocido nombre (sobre todo para mí): El cortijo de los Guapos.
Genuino de tal pedanía –quizá no-, a decir verdad, aquel muchacho no era nada guapo, antes bien, tirando a feo; tenía su semblante un cierto aire a chimpancé que tiraba de espaldas. A feo rematado. De hecho, le colgamos enseguida el sambenito acorde con su físico: Gorila, no por su corpulencia sino por su gran parecido con un simio.
No por ello dejaba de ser un estupendo compañero, y así, pronto se hizo amigo de todos sin excepción. También, claro, lo fue mío.
Pasó el tiempo, medido por los trimestres consabidos de la enseñanza.
Al fin, tuve la oportunidad de visitar esta zona pedánea ceheginera. Fue con motivo de una curiosa celebración: una fiesta anual que se celebra en el Cortijo de los Guapos para solicitar de la gracia divina los solteros una pareja que sea de su agrado; este curioso rito merece una mención aparte por la extravagancia de su proceso, aunque sencillo.
Por el momento lo que me ocupa es esclarecer la razón etimológica del pago, cuatro casas contadas.
Me encontré inevitablemente con mi amigo Gorila, y éste insistió en presentarme a su familia. Acepté, claro, ¡qué remedio!
Cuando me hallé ante ella, todos los habitantes de los cuatro casales estaban emparentados, constaté la escasez de belleza en los rasgos faciales de todos sus miembros sin excepción, incluidas las damas, jóvenes o ancianas.
Ponerle aquel nombre al caserío había resultado ser má una burla por parte de sus vecinos que un ditirambo.

FIN

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